22 de junio de 2011

SEIS MINUTOS


SEIS MINUTOS

Escucho el agua golpear contra los azulejos, y el vapor que emana por encima del cancel me avisa el momento de entrar a la regadera. Siento el agua resbalar por mi piel. Mi cabeza empieza a trabajar a mil por hora y una lluvia de imágenes me bombardea.
        
Tengo que ir al centro y regresar antes de las once. ¿Donde esta el shampoo? Daniel dejo abierto el bote. No le dije a Tere que entregara el sobre. Como me quito esa canción de la cabeza. Se lo he dicho mil veces. Ojala que Mike pase el examen. Ahorita lo entrego yo. Imagino el momento de su graduación. No fue mi intención hacer ese comentario ayer. ¿Que me voy a poner para la cena del jueves? algo que me haga ver bien. ¡Y vuelve esa cancion! ¿Ya sabrá Luisa lo del asunto de Salma? La mesa al centro, el ventanal y la cubierta clara. Espero que venga la mayoría. ¿Donde demonios dejaron el jabón? Aquí esta, mas vale que me apure. Sigue esa cancion. Playita, sol y cerveza, mejor compro la lavadora. ¿Como no le pego a la lotería? Bueno se lo merecía por impertinente. Que no se me olvide hablarle a Carolina. Mi madre debería poner una mejor alarma.  Arroz y asado de carne. Formaría una fundación de becas. Pero mandaría a todos mis conocidos a estudiar fuera. Y una alberca. Necesito una buena frase. Pájaros azules o algo de amor.  Me esta sonando la tripa. Espero que haya café preparado. Hay que ser realista. Pronto llega Ma. Inés. Quiero abrazarla. Siempre ha de sonar cuando me meto a bañar.

Ya no tengo jabón encima. Cierro el chorro de agua. ¿Cuanto tiempo ha pasado? ¿Tres, cuatro horas?, o solo 6 minutos de caos en mi imaginación. Y salgo tarareando la cancion.

20 de junio de 2011

CIRCUNSTANCIAS

Algo salio mal. Desde el primer instante que Hassam abrió los ojos al mundo. Todo aquel ajetreo en el
hospital, ellos creen que no duele, pero el llora, llora de dolor; al sentir su cabeza oprimida, tanto por los huesos pélvicos de su madre, que como vaticinando el futuro se niegan a darle paso, como por aquellos fierros retorcidos que el doctor usa sin piedad oprimiendo su cabeza.

Desde sus primeros dias en casa supo que no era bienvenido, la cara parda y acartonada de su madre, la falta del abrazo o la caricia; y su llanto frenético que no despertaba el interés por cambiarle los panales rebosantes de caca o arrimarle una teta a esos pequeños labios desesperados por la humedad de esa leche tibia que brotaba a borbotones desperdiciados, haciendo que se ahogara entre la lucha por tragar y respirar al mismo tiempo cuando tenia oportunidad de saborearla . Cansado dormitaba entre sabanas sucias con olor a vomito agrio y orines acumulados.

A los cuatro años, Hassam daba la estatura y complexión de un mocolete de apenas dos, flacucho y con los pelos desparpajados, con la ropa sucia y aquellos zapatos que parecían hacer muecas a quien se parara enfrente. Motivo para sonreír, ninguno. Siempre ocultándose por los rincones, tratando de evitar que su madre le echara ojo y desquitara cualquier furia contenida contra su pequeño cuerpo que ya presentaba marcas de hebillas, cucharones y cualquier cosa que pudiera estar al alcance de la mano de su madre, mientras el bulto de su padre se presentaba como mudo testigo indiferente

Con permiso de apartarse un poco de la casa, claro, condicionado a que fuera no más lejos del establo, el chiquero o el granero, Hassam se empino en las tareas interminables que le asignaban. Como disfrutaba hacer enojar a los marranos jalando sus colas, o quebrar los huevos a medio empollar y oír el canto lastimero de las gallinas que parecían mostrar mas entraña que su propia madre. A sus diez años, Hassam había desarrollado algo extraño, podía sonreír en su mente, pero su rostro era incapaz de reflejar el sentimiento.

Debido al duro trabajo físico, aquel cuerpo fifirucho fue tomando tono, aunque flaco y bajito, Hassam contaba con una fuerza superior a la de cualquier muchacho de 14 años. Su abdomen ya marcaba y sus bíceps se inflaban de manera impresionante cuando imprimia fuerza a alguna de sus tareas, que vale decirlo, siempre fueron extraordinariamente pesadas para un niño común y corriente. Pero en Hassam ya todo era bocado comido. Acostumbrado a la mala vida, al maltrato y desamor, volcó toda su fuerza y su mente en crear un mundo propio.

Los animales de su pequeño mundo no se inmutaban, cada día, cuando llegaba la hora de descuartizar a un marrano, jalar las ubres de la vaca de una manera inhumana o degollar una gallina, Hassam experimentaba un dejo de frustración, en realidad aquellos seres no le temían, ni le obedecían, simplemente seguían el camino trazado por la naturaleza misma. Hassam empezó a sentir el vacío, algo que despertó en el la necesidad de ir un paso adelante y salir al mundo. A los dieciocho desperto de ese letargo. Corrió a casa aun con el trinche de la paja en sus manos. Encontró a su padre sentado desenfadado frente a su plato de asado, no dio tiempo a treguas, el golpe fue certero y el trinche se enterró hasta el fondo salpicando de escarlata el rostro de su madre, que con los ojos desorbitados se aferraba al tortillero que llevaba en sus manos, no dijo palabra, solo sintió el frío del cuchillo de mesa que rasgaba su cuello de tajo. La sangre tibia baño su brazo. Hassam saco su pañuelo del bolsillo y limpio su frente. La adrenalina corría por todo su cuerpo.

Hassam se alejo de su casa con paso firme, con una motivación nueva fue a buscar su mundo, y por primera vez, la sonrisa de su mente se reflejo en sus delgados labios.

19 de junio de 2011

LOLA

Era temprano, el sol apenas asomaba sobre las montanas pintando de un azulado rojizo el cielo, hacia frío, el mismo frío que recorría mi cuerpo, una especie de ansiedad se apoderaba de mi. Por lo general dejaba mi casa contento, pero hoy algo se había tornado diferente. Quien dice que el amor no existe, miente, y quien piensa que dos seres no pueden compenetrarse, también miente. Siento el pesar de Lola, ella, siempre alegre, atenta y vivaz, esta mañana no se levanto conmigo, me acerque a la cama y acaricie su cabeza, solo abrió los ojos un momento para cerrarlos nuevamente con un sopor que me preocupo. Hoy no me acompaño a tomar café, ni a la puerta a despedirme. Algo anda mal. Si algo le pasa a Lola no se si podría soportarlo, ha sido mi compañera por tantos años, siempre sumisa, fiel y cariñosa, lo que cualquier hombre puede desear, juguetona si estoy de humor, si no, respeta mis momentos y mis silencios. El día es largo y lento, y lo único que espero es volver a mi casa y abrazar a Lola. La quiero.
Al voltear la esquina, veo en el jardín de la casa a Martina, el ama de llaves, mi preocupación crece, pero al acercarme, la veo a ella, que en ese momento me mira y corre hacia mis brazos meneando su cuerpo con soltura y el pelo volando al viento. Lola esta bien. Rodamos por el pasto y como siempre me lame la cara.