14 de octubre de 2011

PAUSAS

En medio de todo el barullo del día, entre pendiente y pendiente, me transporto en mi oficina ambulante, parece que todos llevan prisa, ya nadie te cede el paso, caras de enojo por aquí y por allá, gente exasperada en medio del trafico tratando de arreglar la vida por medio de los celulares; tal parece que no hay tiempo ni para respirar. Yo me incluyo en el grupo y espero con ansia el siguiente semáforo, no sé a ciencia cierta si lo requiero en verde para llegar más rápido a mi destino o en rojo para hacer una que otra llamada de mi celular y tachar uno más en la lista de pendientes. Bueno parece que el destino se impone y el semáforo cambia a amarillo frente a mis ojos, siento el deseo de acelerar para ganar el paso pero el carro frente a mí se frena en el momento preciso, como debe ser, aunque arranque de mi boca un “pendejo!! por que se frena?”. No me queda más remedio que tomar mi lugar en la fila y esperar los dos minutos correspondientes a la pausa de tráfico, que me es regalada aunque más parezca un robo de mi tiempo o un castigo divino. Aprovecho el momento para marcar el teléfono, pero la línea aparece ocupada, cuelgo con un nuevo coraje en el rostro y trato de tranquilizarme un poco, tomo aire y paseo la mirada alrededor. Y ahí esta ella. Parada en la esquina, con su falda de repollo colorida y floreada, muy a la usanza de su etnia, sus pies descalzos y su camiseta con una leyenda en inglés, que aunque raída está  muy a la moda gringa. Solo alcanzo a ver su boca que se mueve sin parar dirigiéndose a un bulto que acuna en su regazo. En ese momento levanta la vista, los ojos negros se clavan en algún lugar mientras con su mano lleva atrás el pelo lacio y enmarañado. Se dirige al arbusto silvestre que crece junto al poste y corta decidida una ramita que acerca al bulto a manera de alimento, sonríe y le sigue hablando tiernamente mientras se mece de un lado a otro tratando, me imagino, que aquel ser que forma el bulto caiga en los brazos de Morfeo. Con el dorso de su mano limpia descarada los mocos que le escurren de camino a su boca. Parece que se ha cansado, suelta el bulto que, mientras cae, se desenvuelve en capas de tela que terminan en nada. Camina alrededor del poste y sus ojos se cruzan con los de la niña que habita el carro de enfrente. Sus miradas se cruzan un segundo y en mi cabeza se presentan mil cuestiones sin respuesta. Sigue su camino y se encuentra con su madre, y, para mi sorpresa, abre sus bracitos de par en par para abarcar la redondez de la cadera india, que acaricia su cabello en un gesto desenfadado. El semáforo se cambia a verde, tengo que avanzar. Caigo en la cuenta que en mi vida hubo una pausa, una pausa de esas que deberíamos sumar a cada instante para tomar un respiro de frescura, de vida, de esencia.

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