7 de agosto de 2011

IRONIAS


Ya casi está listo, solo faltan los nombres. Cambio la punta de la dulla por una redonda y delgada, y mi mano, firme empieza a deletrear con dulce color naranja: Camila, Karen, Luisa y por ultimo al varón, Alex. Listo. Una última mirada al espejo, estoy bien, cargo el pastel hasta el carro y lo acomodo de manera que no se estropee y llegue completo a tan importante ceremonia. Solo tengo unos minutos para entregarlo, para luego correr a la prepa, donde como todos los días lucho contra la inconformidad, apatía, flojera y todos aquellos atributos que cualquier docente quisiera borrar de la ola generacional que nos corresponde lidiar, al menos este ciclo escolar. Hay pocos carros estacionados fuera del salón de fiestas que servirá de marco para la graduación, yo encuentro lugar provisional estorbando la salida de un auto, pero mi estancia ahí será pasajera. Usando mi habilidad de equilibrista, logro cargar el pastel, mi bolsa, el celular y al mismo tiempo activar la alarma del carro. Cuando entro al pequeño salón ya siento el sudor correr por mi espalda, tengo el tiempo encima. La directora se acerca a mí con cara confusa entre alivio por verme al fin y satisfacción al ver el pastel decorado que representa su logro de este ciclo. Ya libres mis manos tengo tiempo de desviar mi vista, y ahí están, no se cual es cual, pero su carita redonda y cachetona, sus dientes en desorden, y sus piernitas como fideos, me hacen asegurar que son Camila, Karen y Luisa, tres niñas con capacidades diferentes, arregladas de fiesta y listas para recibir su diploma de primaria. Paseo la mirada pero no puedo localizar a Alex, bueno, tal vez su problema no es visible a simple vista, tal vez sea alguno de aquellos niños ya sentados que parecen llevar una vida normal. Me despido sintiendo un enorme deseo de quedarme a presenciar tan emotiva ceremonia, pero no puedo, yo también tengo un deber que cumplir este ciclo. Salgo nuevamente a la exposición del sol que amenaza con calcinar la tierra entera. Una camioneta de lujo está obstruyendo mi salida, creo que es solo cuestión de un momento porque al abrirse la puerta baja una mujer cuya sonrisa no le cabe en el rostro, y del otro lado baja un hombre, muy bien vestido, con pantalón kaki y camisa de marca, de esas que de solo ver el signito empieza a doler la cartera. Pero lo que más llama la atención es la mirada llena de orgullo que dirige a la tercera persona que con tanto trabajo trata de salir del gran auto. Nadie le ayuda, poco a poco, van saliendo las muletas, luego unos brazos fuertes que se apoyan en ellas con determinación para cargar con aquellas piernas tembeleques incapaces de sostenerse por sí solas. Inmediatamente caigo en la cuenta de que es Alex, el cuarto nombre del pastel. El chofer mueve al fin la camioneta, pero yo estoy como paralizada por la escena, Alex camina paso a paso con determinación mientras sus padres lo siguen, y al igual que yo hace unos minutos, hace gala de toda clase de malabares para abrir la puerta, sostener las muletas y lograr mantenerse de pie, siempre con los ojos chispeantes y la sonrisa tatuada en su pequeño rostro, todo al mismo tiempo ante la mirada de sus padres que por instinto protector hacen ademanes de querer ayudar pero se detienen abandonándolo a su suerte. Alex lo logra y desaparece en el interior del salón seguido por sus guardianes de vida. Yo entro a mi carro y las lagrimas corren por mis mejillas sin poderlo evitar, ante todas las adversidades de la vida hay quienes nunca dejan de luchar. Fue difícil para mi ese día mantenerme firme ante mis alumnos capacitados al cien por ciento, pero así es la vida, poco justa, hay quien siempre carece y no se cansa de luchar y hay quienes tienen todo y se sientan a ver la vida pasar.

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