19 de junio de 2011

LOLA

Era temprano, el sol apenas asomaba sobre las montanas pintando de un azulado rojizo el cielo, hacia frío, el mismo frío que recorría mi cuerpo, una especie de ansiedad se apoderaba de mi. Por lo general dejaba mi casa contento, pero hoy algo se había tornado diferente. Quien dice que el amor no existe, miente, y quien piensa que dos seres no pueden compenetrarse, también miente. Siento el pesar de Lola, ella, siempre alegre, atenta y vivaz, esta mañana no se levanto conmigo, me acerque a la cama y acaricie su cabeza, solo abrió los ojos un momento para cerrarlos nuevamente con un sopor que me preocupo. Hoy no me acompaño a tomar café, ni a la puerta a despedirme. Algo anda mal. Si algo le pasa a Lola no se si podría soportarlo, ha sido mi compañera por tantos años, siempre sumisa, fiel y cariñosa, lo que cualquier hombre puede desear, juguetona si estoy de humor, si no, respeta mis momentos y mis silencios. El día es largo y lento, y lo único que espero es volver a mi casa y abrazar a Lola. La quiero.
Al voltear la esquina, veo en el jardín de la casa a Martina, el ama de llaves, mi preocupación crece, pero al acercarme, la veo a ella, que en ese momento me mira y corre hacia mis brazos meneando su cuerpo con soltura y el pelo volando al viento. Lola esta bien. Rodamos por el pasto y como siempre me lame la cara.

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