Al fin, frente a frente, sus ojos de avellana clavados en los míos, todo el ambiente huele a ella, a cítricos y vainilla, su cabello de oro cual hilos de miel enmarca un rostro perfecto, como esculpido en azúcar, y lo coronan unos labios de acitrón que me muero por besar. Me acerco, rozo sus brazos color canela, de piel suave y tersa cual durazno fresco. Entreabre sus labios dejando ver sus dientes aperlados entre el aroma a yerbabuena, todo en ella es perfecto. La fundo conmigo en un suave abrazo. ¿Qué pasa? ¡Esta hueca! ¡Se desmorona! … era solo un polvorón.
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